El Correo de Burgos

Creado:

Actualizado:

ESTE FIN DE semana nos ha dado la oportunidad de tapar la cara y jugar a ser otro distinto al que sentimos a diario. Cuando el carnaval es un escenario de la realidad oculta que llevamos dentro, el disfraz delata nuestra personalidad. La máscara es el espejo del alma. Un tipo duro y ejecutivo implacable que no baja la guardia ni para peinarse, se viste de arlequín a cuadros, en blanco y negro con una lágrima pintada. Símbolo de lo que se quiere ser y nunca se será. La sensibilidad escondida, ternura y poesía que están, afloran en estos pocos días donde todo vale. Peluca verde rizada, nariz de tomate y traje de payaso con grandes zapatos dan la oportunidad de hacer reír partiendo de quien por su timidez no llega a calar hondo entre sus cercanos. Un día al año, para matar el miedo al ridículo y enseñar la cruz de nuestra moneda. El oso aparece en las fiestas del Círculo de Bellas Artes en la subida de Calle Alcalá del Madrid de los Austrias. Peludo y pardo, abusa de una joven en la biblioteca, que consiente vestida de época. Dentro habrá alguien con instintos reprimidos del animal que a veces nos supera. Lujuria, avaricia, envidia, codicia y calumnia contaminan muchos corazones que desbordados, aprovechan para disfrazarse de obispo o clérigo, y con ello, ganarse la indulgencia al menos por unas horas. Trajes que aún esperan bañados de naftalina en la gran sastrería de Cornejo. Más y mejor que nunca, sale todo el veneno que llevamos y con la cara tapada nadie se conoce y todo perdona. No hay castas ni rangos ni señores y señoritos, igualados al pie de calle no hay patrón y asalariado. Caballero y vasallo. El inmenso placer y morbo que algunos sienten con tricornio y traje de guardia civil, tiene respuesta en Sigmund Freud cuando disecciona el lenguaje de los sueños. Represión, rebeldía ante el sistema que nos obliga a seguir el orden que otros inventan. Hay algo ancestral y tribal en todo esto, cuando el pueblo asalta las calles y se consiente la chirigota de la que no se libra ningún guaperas. La burla, el corte de mangas y la peineta son la madre de la apuesta. Burgos lleva unos años en los que esta fiesta mundana, va a más y mejor a pesar del frío y la poca cobertura y apoyo que prestan los estamentos públicos. No todo va a ser, la bajada de las Peñas. Una ciudad de curas y militares, que decían de nosotros, se despierta. Se ríe de sí misma y en el fondo, se da pena. Asaltemos capillas y conventos, demos negra pez a los que mandan, desvirguemos lo prohibido y al día siguiente, nadie recuerda.

tracking