El Correo de Burgos

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SEGÚN la lista Forbes de personas más ricas del mundo, coexisten un total de 2043 milmillonarios en el mundo. Torpemente he multiplicado un número por otro y se me ha roto la calculadora: 2043 elevado a doce.

Aquí, en casa, tenemos nuestro propio milmillonario. Amancio Ortega, máximo accionista de Zara que, perdiendo fuelle con respecto al resto de camaradas forrados, ha bajado al número 4 de la prestigiosa lista. Ya me jode, estoy desconsolado. Si él ha bajado, seguro que los demás también lo hemos hecho.

Nuestro Amancio, desde aquellos lejanos tiempos en la calle Real de Coruña donde vendía saquitos para bebés con su hermana, ha sido capaz de poner en marcha un imperio basado en la inteligencia comercial, el buen hacer empresarial y un estricto sistema de atención al empleado que hace de sus empresas algo muy parecido a un buen funcionariado.

Además ha creado una fundación de mecenazgo para contribuir a la construcción de una sociedad mejor, particularizada en ayudas para renovación y mantenimiento de aparatos de diagnóstico y tratamiento del cáncer. Sabemos que ha donado cantidades millonarias para apoyar esos objetivos. Primero Galicia, luego Andalucía, luego la FECMA. Luego Cáritas y el Proyecto Hombre. Incluso para paliar los daños ocasionados por el Prestige. Ole sus pelotas. Habrá quienes digan que las fundaciones se suelen crear para desgravar a Hacienda. Puede, pero de momento, que se sepa, no es el caso. Bien estaría que el resto de los multimillonarios siguieran la estela de Amancio en esas lides.

Pero aún hay más. Algo que no se puede negar a Amancio y con ello a su empresa más conocida Zara, es que nos ha arreglado ciertas vergüenzas. Ha inventado el sistema de devolver sin preguntas. Amancio ha sido el precursor del sistema de devoluciones en masa que ahora manejan todas las grandes tiendas del ramo. Sin firmas, ni preguntas ni explicaciones. Vas a las rebajas y después de hacer una gran cola para comprar, haces otra para devolver lo que previamente has comprado y ello sin que las empleadas pongan mala cara o pierdan la sonrisa. Antes de Amancio si querías devolver una prenda ibas a la tienda casi avergonzado y eras interrogado por el empleado que preguntaba: ¿Es que no le gusta? ¡Pues yo creo que le queda bien! Y al final, después de una serie de razonamientos te la llevabas de vuelta para casa y además contento. Gracias Amancio.

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