El Correo de Burgos

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Tiempo habrá para decir del 1-O catalán de aquí en una semana, cuando esta columna salga. Hoy tiramos por lo de acá cercano en el Burgos del despegue, quizás no tanto como Madrid y otras grandes, a pesar del optimismo de algún medio de comunicación local. Es cierto que la crisis ha tocado fondo hace poco más de medio año y la construcción es la thermomix del empleo. Se ven edificios nuevos que dan moral, vendidos a gente que no compra sin saber que tienen para pagar. Parcelas en zonas de expansión, además de lo que pueda pasar con solares apetecibles del ejército y otros de bancos que casi regalan con tal de quitárselos de encima. Pero no son de estos de los que quiero opinar hoy. Hay otros que se quedaron enquistados entre la fiebre del 2007 y los diez años de vacas flacas. Solares en el casco histórico y edificios emblemáticos que, por su configuración de propietarios y complejidad en los procesos administrativos para pedir licencias, apuntan maneras. Desde Plaza de Vega a Plaza Mayor, la Paloma y otras calles no menos importantes, tenemos reliquias que, por la divinidad de alguno de sus dueños y otras circunstancias, quedaron y quedarán vacíos o inacabados durante otras dos décadas. Lo público y lo privado chocan entre el libre derecho que cada uno tiene para hacer lo que quiera con lo suyo, sin olvidar que la ciudad es de todos. Existe un principio legal tan viejo como Adán y Eva, cualquiera puede pedir licencia en una parcela de otro. Los secretarios lo llaman, “a salvo del derecho de propiedad y sin perjuicio a terceros”. Es decir, conseguir licencia para edificar sobre la parcela del vecino, incluso antes de que él nos la venda. O incluso, sin que se entere. Otra cuestión será que pongamos un solo pie sobre ella, y menos, un ladrillo. Cierto que la ley deja mano ancha a los ayuntamientos para impulsar procesos que fuercen la máquina y se construya cuando los vacíos, como la boca de una vieja desdentada, afean la ciudad. Expropiaciones, ventas forzosas y gaitas en las que leguleyos hacen su agosto y alargan los procesos. Pero en Valencia han cortado por lo sano y opera una norma legal que, de verdad deja que cualquiera promueva el solar de otro, cuando se duerme en los laureles. Así lo está haciendo la empresa SISO, Sociedad Impulsora de Solares Ociosos, con la directriz aprobada en el parlamento autonómico por el PP en el 2014. Actúa como promotora y reparte los beneficios con los propietarios del suelo que o no saben o no quieren. Todo, bajo la tutela legal del Ayuntamiento. Al loro.

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