El Correo de Burgos

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UNA, DOS, tres, cuatro, cinco y hasta diecisiete plantas en el edificio Feygón de Avenida del Cid levantado en los 60, cuando llegar hasta esta altura daba el nombre de rascacielos. Pero ha llovido mucho desde entonces y ahora todo parece poco. Quien tenía más de un millón de pesetas, era millonario. Tanta es la necesidad de olvidar estos diez años de castigo y purga económica, que pintamos castillos en el aire y pequeñas torres de Babel burgalesas. Cantos de sirena o realidades que negro sobre blanco, anuncian el despertar de una ciudad dormida. La nuestra está en la encrucijada de caminos. En el vallejo que protege de los vientos del norte. A la que se llega por cerros que dejan ver su perfil y crestas desde el alto de Villalbilla de Burgos o desde el ramal de Cortes. Larga como una semana sin pan, gracias al Arlanzón que la cruza. A vista de pájaro, los barrios se han ensartado en dirección este – oeste, que también acompañaba el viejo ferrocarril. Ese que desapareció con el bulevar suizo que no es otra cosa que una avenida con lámparas colgadas y marquesinas copiadas de otro lugar. Nada original. Nada singular. Hecho en los momentos peores, cuando la crisis ya hacía daño en las arcas municipales. No llegó la planificación al Campus Universitario del Parral donde la avenida se hace calle, sin más. Tres torres de quince plantas de los años setenta en Carrero Blanco, o mejor, Barrio del Polígono Río Vena con ladrillo caravista que conozco por haberlas tenido que remendar. A partir de aquí, poco más se ha construido en altura y con intención de dignificar eso que los arquitectos soñamos en dibujar alguna vez. Clavada en el suelo y perdida entre las nubes. El orgullo de un lugar como el nuestro tiene que cuajar en ilusiones casi imposibles y llegado el momento, todo es poco. Las torres que ahora se anuncian para ser construidas en el entorno de la vieja estación del tren, previstas por el Consorcio de los líos, se quedan cortas y enanas ante tantas ganas de ser ciudad audaz. Las veintidós plantas proyectadas por Herzog & de Meuron, arquitectos del mal llamado bulevar, son poco más de quince metros que lo que ya tenemos. Madrileños, catalanes, vascos y andaluces pasan de largo por la circunvalación sur. Vapor y humo de noche en Kronospan y Vicasa. Rosario de luces en Gamonal hasta llegar al centro con nuestra Catedral y el Mirador del Castillo. Poco más reluce, a excepción de las Huelgas Reales. Un Burgos de doce kilómetros que necesita símbolos y gigantes que sobrecojan al viajero que nos mira de reojo. Plantemos rascacielos altos como la Torre de Hércules. Que nos animen. Que se vean de verdad.

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