El Correo de Burgos

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AUNQUE EL REVUELO levantado tras conocer la noticia de que alguien había desempolvado el proyecto de ampliación del Museo de Burgos ya estaba olvidado, todos los fantasmas de la ciudad acudieron a la asamblea convocada en solidaridad con sus colegas. Aquelarre de sábanas blancas. La inquietud era evidente en los moradores de los viejos edificios de la calle Miranda. Tenían el ‘y si…’ en la punta de la lengua a sabiendas de que contaban con todo a su favor para que allí nadie entrara con pico y pala. La ridícula cantidad consignada por la Junta, la falta de pronunciación del Ministerio de Cultura, la precaria situación de los museos provinciales a la sombra de los grandes centros regionales... Pero tenían miedo. Les quedaba mucho que aprender de los fantasmas del Hospital de la Concepción. ¡Vaya pachorra la suya! Eran imperturbables. Se sabían el cuento de Pedro y las ovejas al dedillo. Su cara de suficiencia desesperaba en el resto de patrimonio olvidado, siempre con la incertidumbre de que alguien los metiera mano. Menos blancos que en anteriores reuniones aparecían los del Asador de Aranda. Hace unos meses temblaban cada vez que oían relinchar a Babieca. ¿Pero cuánto hacía que no se hablaba de ese flamante y polémico centro cidiano? ¡Si ya no sabían si lo habían metido en un cajón o tirado definitivamente a la papelera! Tranquilos también andaban los del Monasterio de San Juan. Se descojonaban cada vez que a algún político se le llenaba la boca con todo lo que quería hacer en su noble hogar y se tronchaban más todavía cada vez que el Gobierno, burlón, les sacaba la lengua. Ellos se sabían afortunados por contar con calefacción, luz, estancias cómodas, arte que contemplar, música y teatro de vez en cuando… y ¡hasta baños! Con cachava acudían ya muchos como los de la vieja nave de Villafría que unos jóvenes quisieron convertir en un centro de creación musical. Conscientes de que tenían el techo asegurado por mucho tiempo, rejuvenecían mofándose de los pardillos del centro. Y entre tanto alarido, risotada, sollozo, lamento y gemido cada mochuelo volvía a su olivo. Hasta el próximo susto.

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