El Correo de Burgos

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NI SÉ POR DÓNDE EMPEZAR. Me preocupa, y mucho, la jaula de grillos en la que progresivamente se convierte este mundo. Si bien hace eones que el planeta que habitamos destaca por la falta de cordura, hay hechos puntuales que la empujan a una a barajar en serio la posibilidad de enrolarse en una expedición a Marte.Los debates protagonizados y contemplados sobre la necesidad de una huelga feminista abrían la triste ronda que inspira estas líneas. Lugares comunes y anécdotas como excusa para ignorar lo obvio ensombrecían una sana y más que recomendable reivindicación de igualdad. Es mi opinión, claro, pero admito otras siempre, eso sí, que no se apoyen en bulos o una experiencia particular tomada como la verdad absoluta esgrimida además de forma iracunda. Nunca imaginé que la desazón de aquellas jornadas -mitigada solo en parte al ver la masiva y heterogénea respuesta en las calles- era solo el principio.Una noticia triste sacudía el domingo la ciudad. La asesina del pequeño Gabriel había pasado buena parte de su vida en Burgos. "Vienen curvas", pensé. Y vinieron. Aunque comprobé aliviada que mis contactos telefónicos son bastante cabales, pues no recibí ni un solo mensaje escandaloso con detalles sobre la tipa en cuestión ni sobre sus familiares, percibí rápidamente que el asunto bullía sin control. Las redes sociales eran la llama.¿Qué decir a quién te asevera que la susodicha ha hecho esto y lo otro como si lo hubiera presenciado tras saber que su informador es un fulano que desconoce pero que lo afirma sin duda ni signos de puntuación en un grupo de Facebook? Nada. ¿Nada? No, porque si lo haces tres horas después esa misma persona te pinta la cara de todos los colores al mostrarte cómo medios autoproclamados serios se hacen eco de todos los rumores que tu desdeñabas, sin declaraciones, sin fuentes... Sin pudor y sin vergüenza.Porque el 'click' manda, y punto. Y si no, el voto, que viene a ser lo mismo, un elemento para justificar cualquier actuación de ética dudosa, como el espectáculo que se vivía el jueves en el Congreso de los Diputados. Me dirán que no es precisamente este un espacio ajeno a la impudicia y lo asumo. Pero ese uso retorcido del dolor ajeno como aval me estremece. Flaco favor a las víctimas hace tal representación, respetando -todo sea dicho, por si acaso- su lucha.Apenas tres momentos -fugaces como todos- que, sí, se perderán en el relato de la humanidad como aquellas lágrimas en la lluvia pero que hoy, ahora, son síntomas de una deriva común que está en nuestras manos cambiar. Y el 'click', en este caso, ha de ser mental.   

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