El Correo de Burgos

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¿CUÁNTOS SEGUIDORES contaría Emilia Pardo Bazán? ¿Llenaría Pérez Galdós su cuenta con imágenes de perros y gatos propios y extraños? ¿Sería Valle Inclán el más exhibicionista? ¿Se convertiría Rosalía de Castro en una suerte de La Vecina Rubia? ¿Firmaría Gómez de la Serna los hagstag más ingeniosos? ¿Quién resultaría el más egocéntrico? ¿Y quién abusaría de los emoticonos? ¿Se seguirían unos a otros? ¿Se evidenciarían las rencillas, envidias y querencias entre intelectuales? ¿Se declararían la guerra a golpe de click? ¿Y el amor? ¿Qué relación mantendrían las grandes plumas españolas de finales del siglo XIX y primeros del XX con Instagram? ¿Posarían con la buena disposición que lo hicieron para los fotógrafos de su época? La exposición El rostro de las letras, que permanecerá en el Arco de Santa María hasta el 3 de junio, da pie a dejar volar la imaginación y pagar un billete a esos literatos rumbo al futuro para ponerlos un móvil en la mano. ¿Colgarían los hermanos Quintero un selfi con Pérez Galdós en el Teatro de la Princesa de Madrid antes o después del estreno de Marianela? ¿Sumarían al autorretrato al fotógrafo Miguel Cortés, que los inmortalizó para la posteridad? ¿Utilizaría don Miguel deUnamuno esa herramienta para arremeter contra los que le desterraron a Canarias o le expulsaron de su cargo en la Universidad de Salamanca? Gómez de la Serna entraría en el juego sin duda. ¿Sería de los que ponen instantáneas hasta de las bebidas espirituosas que animaban la tertulia en el Café de Pombo? Menos partidarios de las redes sociales parecen Pío Baroja y Azorín. Si en los últimos años de su existencia el primero apenas salía de casa para pasear por el Retiro y el segundo para acudir al cine, raro resultaría que compartieran alegremente sus intimidades. Comedido con airear su vida privada, pero generoso con la literaria se perfila Antonio Machado. Quizás hasta regalaría a sus seguidores alguno de sus versos, como los que dedicó a varios de sus colegas. Sea como fuere, esto es mucho elucubrar, la realidad es que estos y más literatos sí se dejaron seducir por la recién inventada fotografía y dijeron pa-ta-ta.

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