El Correo de Burgos

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A TODO cincuentón le llega su hora en la merma de autoestima y aparece de distintas formas. La coronilla clarea y a pesar de estar escondida por lo alto donde aterrizan moscas, aparece en instantáneas familiares y entre púas del peine. Suenan las rodillas cuando el tiempo viene de cambio, barómetros que no engañan y rinden homenaje como se fatiga la estructura metálica de un puente que oxida sus roblones. De cerca se intuye lo escrito, más por viejo que por diablo y de por vida te acompañan dos amigas de cristal con patillas de pasta o alambre. Los valientes pasan por quirófano en esto y prestan sus ojos de vista cansada al cirujano que opera el milagro. Los miedosos aguantamos y cambiamos de gafas de ciento en viento. Ese día en el que escuchaste por primera vez que te llamasen señor en vez de chico, al otro lado del mostrador en la pastelería. Tensión, azúcar y mala leche se juntan para hablarte por lo bajines y aconsejar que sigas ese ritmo sedentario que repite cada día, cada gesto, cada cosa a la misma hora con aires de rutina. Comidas y cenas de amigotes o negocios, buen vino cuando se puede y gin-tonic para limpiar el diente. Del humo no cuento porque casi nadie fuma o lo hace a escondidas. Entre todos los males, el peor y más sincero, el que mide milimétricamente los agujeros del cinto al tiempo que la romana a pilas, pesa tus libras. Llevo varios años intentando disimular el crecimiento progresivo de mi barriga, amén que lo he conseguido al principio. Meter para adentro es una técnica que desarrollamos por instinto los varones, consiste en respirar poco y mantener la sonrisa en reuniones y bautizos. La imagen es lo que es y no te puedes dejar al abandono. Después de muchos perfiles, reconozco que mi tripa empuja la autoestima al abismo. No soy el que era cuando mi chica me conoció, la culpa está en el solomillo con patatas fritas, queso de cabrales y cerveza negra. Entre otros males parecidos y no mejores. Un sobrepeso de quince kilos es el mayor reto al que puedes enfrentarte cuando te miras de frente y al espejo. Veremos si una vez más, un pacto con el diablo me libra de este pesar y consigo una de las apuestas más jodidas que me he planteado. Meter menos combustible al buche y saber cuantos octanos lleva. Café con leche y bollito de mermelada a las ocho, zumito de naranja a media mañana. Comer casi sin pan y hasta dos copas de vino además del primer y segundo plato con postre. Algo parecido también para la cena, esta con cerveza. La cuestión es matemática, no pasar de 1.750 Kilocalorías.

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