El Correo de Burgos

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No es cuestión de hacer leña del árbol caído. Pero sí de ajustar cuentas con la historia. En la tradición marinera el capitán debe ser el último en abandonar una nave en problemas. No pasa lo mismo en el fútbol.

Gonzalo Antón llegó al Burgos CF rodeado de un aura casi celestial por sus logros deportivos al frente de un Alavés que llegó a jugar una final de la UEFA. Alrededor de su figura se formó un grupo de empresarios locales que ganaron las elecciones a la presidencia del cuadro de la ribera del Arlanzón.

El que fuera un hombre de fútbol, pero desvinculado hacía mucho tiempo de este singular mundillo, fue el principal reclamo de cara a una afición ahíta de éxitos para dejar en el olvido la travesía por el desierto con Barriocanal como responsable de la entidad. Desde el primer momento asumió en primera persona y de forma prácticamente exclusiva el control del área deportiva y económica.

Trató de abrirse camino haciendo valer la que creía bien labrada fama en el panorama futbolístico nacional y con un absoluto desconocimiento del mercado. Su nombre había dejado de sonar hacía mucho tiempo y las puertas no se abrían a su paso. La consecuencia ha sido la configuración de dos plantillas que en el mejor de los casos distan mucho de los ambiciosos objetivos deportivos planteados por la entidad. Y ya no solo por la (discutible) calidad de los futbolistas fichados, sino por la falta de coherencia de la guía de actuación.

En el primer proyecto se fraguó una plantilla con buenas hechuras y una evidente vocación por un fútbol de toque y se pone al frente de la nave a Patxi Salinas, paradigma del fútbol de la edad de piedra. En esta ocasión se optó por un técnico como Mateo que desde el primer momento apostó por jugar con un punta y son cuatro los jugadores que comparten posición. Uno fichado fuera de plazo y de cara a la galería para intentar solucionar el fiasco que ya sabía que tenía montado.

Ambos técnicos pagaron pronto los platos rotos de un fracaso del que no fueron los principales artífices. Para rematar la faena se arrogó de nuevo la competencia para elegir al nuevo gobernante del timón. Y acto seguido el capitán salta de un barco sin rumbo. Sin explicaciones. Ni el más mínimo asomo de autocrítica. La culpa parece atribuirse a los 600 aficionados que este año no renovaron su carnet de aficionado. ¿Se ha parado a pregutarse por qué ha ocurrido?. Ya no quedan capitanes como los de antes.

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