El Correo de Burgos

El gabinete

Fernando Pérez del Río

Federico García Lorca y la contradicción

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Sea cual fuere el cariz, hoy todo debe ser especializado hasta el máximo aburrimiento, al igual que ser contradictorio está mal visto.

Pero hay personajes contradictorios que merecen todos nuestros halagos, caso de Lorca. Vaya por delante y para estómagos delicados que, en relación a esta columna, la he realizado teniendo en cuenta cuotas de sexo, orientación sexual, ideología woke, lenguaje inclusivo, cuotas de nacionalidades y regionalismos, de raza, con objeto de que no me cancelen mis opiniones.

Pues bien, tal es verdad que Federico era un gran histriónico, hipersensible de piel fina. A fuerza de leer sus frases vemos que en sus obras se muestra una especie de «vitalismo calmado». Sus escritos eran un cóctel de simpatía y ganas de vivir confitados con no poca angustia vital. Como si sus textos estuvieran escritos por muchos, vemos que sus párrafos son contradictorios e irremediablemente hermosos.

Hay que añadir que Lorca sufrió crisis emocionales; una de ellas tras el fallecimiento de su padre. Un tanto avinagrado, Federico tenía un cráneo más grande de lo normal, era algo cojo, y dicen las malas lenguas que si en la sala -donde los artistas tomaban café- alguien hablaba bien de otro poeta como por ejemplo Alberti, Federico salía ofendido de la habitación, y cuando la gente terminaba de hablar bien del otro artista, Lorca volvía a entrar raudo en la sala fingiendo indiferencia... Por cierto, la mujer de Alberti, era de Burgos.

Lorca era católico, de padres adinerados pero en sus escritos defendía al pueblo humilde y marginado, ¡y por cierto, no, no era comunista! De pequeño lo llamaban Federica, «niño mono, orgullo de mamá». Y ya lo decía él mismo, «el duende es una mezcla de pasión, dolor y sentido trágico de la vida que se manifiesta en el arte».

Por cierto, Lorca también habló de Burgos: «Que dulce recuerdo, lleno de verdad y de lágrimas me sobrecoge cuando pienso en Burgos… ! Yo estoy nutrido de Burgos, porque las grises torres de aire y plata de la catedral me enseñaron la puerta estrecha por donde yo había de pasar para conocerme y conocer mi alma». Sencillamente genio, aunque contradictorio.

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