El Correo de Burgos

Leslie y Hammond

Agustín Herrero

Vuelve a empezar

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Entre primos lejanos y parientes que Dios guarde, apuramos la queimada que Carmelo revuelve como antaño hicieron los abuelos en el valle de Valdeón y que la vieron hacer en Finisterre, según cuentos y leyendas. En cuenco y pocillos de barro vitrificado. Mañana es 15 de agosto para una España dolida, la buena que necesita echar siesta y descansar de tanto frenesí que a diario le cuesta caro y agota. Mil pueblos con olor a leña quemada que arde de noche y lloran recuerdos de padres y abuelos que no volverán. Con esto del vaciamiento rural, los políticos se han puesto a pensar y Diputaciones reparten a espuertas dineros para digitalización de los entornos agrarios, con el lema «ni un pueblo sin WIFI». Pero qué lejos están del sentir de la gente que vive cerca del campo, donde los tejados se hunden de carcomidos y al poco, muros y entramados de madera. Se mueren los abuelos y nunca más vuelven a la fiesta mayor, hijos y nietos. Los pueblos se miden en su importancia no por el censo, sino por el número de bares. Bar que se cierra, pueblo que cae. Hay que vivir muy de cerca los inviernos de pedanías que la mayoría de las veces no llegan a 50 vecinos y con eso entender que los médicos de familia abandonen los consultorios con olor a carcomido. En la mesa de la fiesta mayor, siempre estuvo, el alcalde, el cura, el maestro, el secretario y la guardia civil. De eso no queda nada, sermones infumables en el altar mayor, mozas en edad de merecer y verbenas con músicos que no se quedan a cenar ni tocar dianas y baile de vermú. Los tiempos cambian y lo dice quien le ha dado al acordeón cientos de veces, interpretando el himno de España en la consagración al lado de los altares. Uno tenía entonces, poco más de veinte años y aguantaba hasta tres días sin dormir, entre gatos, noches estrelladas y zurracapote. Recuerdo la mejor de las noches con cielo negro como un tizón donde la vía láctea se dibujaba tan precisa y preciosa que se podía tocar, en Mecerreyes. La vista me ha dado tanto que se ha cansado y necesito engañarla con lentes progresivas que me dejan intuir. Agosto milagroso que llena hoteles de gente con el bolso vacío y tanques de gasolina. El estío tiene esa magia que nos adormece y hace reposar. No bajar la guardia, gente de bien, septiembre enseña sus dientes y esto en nada, vuelve a empezar.

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