Casi ciega
En vísperas de la entrañable Semana Santa, el que más y el que menos prepara el ritual y se olvida de las diferencias de lengua y nacionalidad. Todas las ciudades de nuestra España del alma querida, viven la cuenta atrás de estos días que vienen bien para descansar y pensar apartados del día a día. Serenarse, parar, respirar y sentir el grave que remueve el pecho con los tambores. Catalanes y Vascos se igualan aquí al resto y dejan para después el raca raca de la rutina que divide y parte fronteras entre amigos y territorios cercanos. De nuevo y una vez más, de enero hemos saltado a marzo en esta procesión pagana por sobrevivir a uno mismo y a los demás. Burgos no se queda atrás y además de presumir de las mejores cofradías, prepara un símbolo que pocas veces se repetirá. Nuestra anciana catedral, tantas veces nombrada y agasajada en actos sublimes, dormirá cada noche con amable luz de cabecera. Una nueva e inteligente iluminación hecha a medida, puede que nos sorprenda cuando se encienda como luz de gas el próximo sábado 23 de este mes efímero. la caliza de Hontoria se verá blanca quizás y sus sillares enseñarán la geometría de los despieces maestros. Luces y sombras hacen de la arquitectura lo bueno y lo demás no importa. Ya es hora de que veamos brillar el torso y la columna vertebral que mantiene en pie desde hace casi mil años, algo irrepetible. Ciudad la nuestra de mucha vanidad y falsa modestia que a más de uno le arrincona cuando se compara con el silencio de esta fundación que se cimenta sobre el suelo en la falda del Castillo y no sobre estatutos y actos protocolarios. Obra, más de canteros que de arquitectos donde el interior se refleja en el exterior haciendo que la piedra sea transparente. La gravedad se neutraliza en arcos y arbotantes que se dibujan con reglas geométricas aprendidas de otros ensayos. Por entonces se cincelaron los bordes y tallaron gárgolas, por amor a Dios y homenaje a los hombres. El jornal era lo menos importante cuando la cantería se heredaba de padres a hijos. Algo es algo, poco a poco saldamos la deuda histórica que los burgaleses tenemos con nuestra Mole, aunque aún la tenemos casi ciega. Sin vidrieras que dejan entrar en su alma el color y el calor del sol que algún día tuvo cuando era joven y vivió tiempos de vida y muerte, de paz y guerras. Recuerdos que guarda y no enseña.