El Correo de Burgos
Ricardo García Ureta
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Burgos

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SER EMPRESARIO en España sigue siendo una apuesta arriesgada. Los aplausos del centenar de asistentes a la entrega de premios a las pymes y autónomos de Burgos que se celebró esta semana en Burgos al crítico discurso del presidente de la patronal sobre las amenazas que sufre el sector evidencian que existe unanimidad de criterio en sentirse al borde del desastre. Las pequeñas y medianas empresas (pymes) y los autónomos son el pilar de la economía española. Representan el 99% del tejido empresarial a lo largo y ancho de la Comunidad y generan empleo, riqueza y oportunidades en cada rincón de nuestro territorio. Sin embargo, lejos de recibir el respaldo que merecen se las tienen que ver, con sus magros recursos, con un entramado normativo asfixiante, una presión fiscal creciente y una falta de reconocimiento institucional que pone en riesgo su supervivencia.

A mayores y para más inri en el colmo de la injusticia, desde hace años, se promulga desde el gobierno estatal una cultura de desconfianza hacia el empresario, como justificación de un exceso de burocracia y un abuso recaudatorio que sobrecarga especialmente a las empresas más pequeñas. Mientras tanto, la empresa pública crece sin las mismas restricciones y consagra una desigualdad de trato que siempre penaliza la iniciativa privada. Lo de la ley del embudo de toda la vida. ¿El resultado? Un sector cada vez más asfixiado por costes que dificultan su competitividad y su capacidad para generar empleo. Lo ponían de manifiesto desde la patronal burgalesa y es una derivada muy significativa de la situación. Se trata de la paradoja de la productividad. La empresa española es una de las menos productivas de Europa y, caja vista está, las micropymes son hasta tres veces menos productivas que las grandes corporaciones. No es casualidad. El exceso de regulación, la falta de incentivos para el crecimiento y la presión fiscal limitan su capacidad de inversión y expansión. Sin un cambio de enfoque que fomente la competitividad, esa brecha seguirá aumentando. En este contexto, la contradicción política se hace evidente. Mientras el número de empleados públicos crece hasta casi igualar al de autónomos, de puertas afuera se mantiene un discurso de apoyo al emprendimiento que, en la práctica, no se traduce en nada que el sector haya valorado como positivo. Más impuestos, más control y más trabas administrativas es la receta del día a día, pero por mucho que engorde la hucha del Estado no son la solución para fortalecer el tejido productivo. Es hora de un cambio de enfoque. Si realmente se pretende consolidar una economía fuerte, innovadora y capaz de competir en el escenario global son necesarias políticas que incentiven y no castiguen a quienes crean empleo y riqueza. Sin pymes y autónomos, la ciudad se apaga, se lamentaba el presidente de la patronal. Y sin un apoyo real, el futuro del emprendimiento en Burgos , en Castilla y León y España se vuelve cada vez más incierto. Es el mayor sinsentido y aún así, se perpetúa.

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