El Correo de Burgos

El comercio de San Lorenzo prepara un brindis póstumo

Recordarán durante su comida anual a un cliente fallecido, que fue amigo y recadero

Emilio, el homenajeado, durante uno de los convites posando con varios comensales.-R. OCHOA

Emilio, el homenajeado, durante uno de los convites posando con varios comensales.-R. OCHOA

Burgos

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Cada año, a finales del verano, la bien avenida comunidad de comerciantes de la calle San Lorenzo se reúne para festejar a su santo patrón en una comida de hermandad que nunca coincide con el día de la festividad por culpa de la temporada veraniega. Cuando finalmente la bien nutrida representación de la hostelería de la también conocida como calle de los Herreros encuentra un momento de descanso tras los calores de la temporada turística se fija un día y todos se ponen a colaborar para compartir una tarde juntos.

Se trata de una comida tardía que se alarga a merienda y que se desarrolla junto a la iglesia de San Lorenzo, patrón y protector, justo donde la calle se ensancha.

Hosteleros y pescateros con fruteros y carniceros, cada uno aporta lo suyo, además de compañerismo y buen humor, aunque este año la celebración tendrá un paréntesis triste cuando los allí reunidos entonen un brindis en recuerdo de Emilio, uno de los personajes más queridos del barrio, siempre llamado por tal nombre, sin apellidos ni otras señas, como ocurre con las personas que son bien conocidas por todos.

No fue un comerciante ni un hostelero, pero los conocía a todos. Parroquiano de todas las barras y recadero de cada comercio, pasaba los días charlando con unos y otros y realizando pequeños recados para los siempre atareados tenderos.

Que si cómprame tabaco o que me traigas el periódico. Cualquier papeleo, encomienda o trámite que pudiera realizar se le encargaba para no tener que dejar desatendido el negocio. Lo mismo en un bar que en una frutería. Y siempre había quien le invitara a un vaso de vino. Cuentan que fue huérfano y había trabajado en un céntrico restaurante cuyos propietarios le buscaron una vivienda y que tuvo benefactores que le tenían mucho cariño y velaban por él y que gracias a ese apoyo vivía con pocos gastos y menos lujos.

Su peculiar carácter, su mirada traviesa detrás de las gafas, lo convirtieron en un personaje más de ese paisaje urbano comercial de la calle más emblemática del tapeo de la ciudad, aunque se movía por todo el centro, como buen buscavidas hasta que por motivos de edad y de salud fue ingresado en una residencia de Villarcayo donde le encontraron una plaza y donde falleció el pasado 29 de julio.

Su pérdida tendrá recuerdo este año en la comida de los comerciantes de los Herreros, que levantarán un vino, no podía ser de otro modo, en su recuerdo.

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