Navidades a las puertas de acabar en la calle
Una familia de ocho, tres menores, pasan hacinados en una habitación de hostal estos días / Perdieron su derecho a vivienda pública al dejar un inmueble del Programa Dual plagado de humedades
Las nubes negras no han abandonado esta Nochebuena a Lorena y su familia. Una cena rápida en el comedor del hostal en el que se alojan, una visita a la familia y vuelta todos a la habitación donde conviven ocho personas, tres niños y cinco adultos, que tachan los últimos días del 2020 entre la desolación y la desesperación.
Malviven con sus cosas en una habitación de hostal con seis camas donde han añadido la cuna de la más pequeña, y seis minitaquillas, desde el 17 de diciembre. El lugar que le han dado los Servicios Sociales del Ayuntamiento durante 15 días. Un microondas para calentar la comida que no pueden cocinar, sin tele con la que entretener a los más pequeños, con las maletas sin deshacer y desesperados por encontrar alguna alternativa al último paso que les queda: los adultos al albergue y los niños a un centro de acogida. «Eso no, donde yo vaya van mis hijos que los puedo cuidar, solo necesito tiempo», relata preocupada. Especialmente por su nieta, de 18 meses, que aún está en fase de lactancia. «No puede separarse de su madre», reivindica.
Todo ha salido mal en esta familia de etnia gitana y acogida al Programa Dual, iniciativa que busca soluciones habitaciones alternativas a la infravivienda y la integración social y laboral de las familias, y cuya ejecución en este caso se pone en cuestión.
Lorena estaba contenta cuando hace once años, más o menos, le tocó por fin una vivienda de alquiler social. Vivía en la zona sur de la ciudad en una casa «en malas condiciones y por fin nos daban una del Ayuntamiento». No esperaban cómo se iban a encontrar el inmueble adjudicado.
«La casa estaba mal pero dije que sí, llevaba diez años esperando y si dices que no te quedas sin nada», relata. Se quejó de la situación de la vivienda donde las humedades fueron creciendo tanto como su hijo, al que un día se le cayó la ventana en la cama, por el deterioro de las paredes con tantas humedades.
«Llevo ocho años de escritos para intentar arreglarla me decían que no podían. Pedí seis meses una vez que podía hacer el arreglo yo, pero no nos dejaron si salía de la vivienda la perdía», relata.
Tuvo su cuarto retoño y los problemas respiratorios en la bebé y el resto de la familia no paraban de crecer. «Tuve que llevar a mi hijo con mi madre porque no podía estar en esa habitación, mi hija y yo acabamos con asma y problemas respiratorios crónicos».
Tras veinte años pensando que el alquiler social era la solución a sus problemas, la desesperación pudo más. «Mis hijos estaban antes que la casa y nos fuimos». Con esa decisión perdieron el derecho a poder recibir vivienda municipal.
Optaron por una en alquiler privado que podían costear. Su marido trabajaba en la obra, ella en lo que encontraba y tiraban hacia adelante. Uno de sus hijos adultos, hoy casado y con un bebé de 18 meses, acabó trabajando como ‘rider’ en Globo. Todo empeoró hace dos años. «Mi marido, de la noche a la mañana, y después de que se hizo daño en la mano, le echaron de la obra sin explicación. Mientras teníamos paro podíamos pagar el alquiler pero después pagábamos lo que podíamos».
Con el cambio de relación laboral de los riders, su hijo también se quedó sin trabajo y sin prestación alguna. Tampoco el resto de los adultos, con el padre lesionado, han encontrado algo. El único ingreso es la ayuda de más de 400 euros que percibe su marido y los trabajos esporádicos de ella para una familia de ocho. La inserción laboral, social y educativa del programa Dual también parece haber fallado con esta familia.
«Tengo trabajo, solo necesito tiempo porque encontrar una casa una familia gitana, con mi marido con problemas en el pie que estamos de médicos, y yo con un trabajo temporal no es fácil»
El arrendatario acabó exigiendo el desahucio que se paralizó con la pandemia. Pero la covid también acabó con los ingresos que podían obtener en el núcleo familiar. «Yo siempre estoy en Cáritas viendo a ver en qué puedo trabajar, me llaman un día, dos los que sean voy, trabajo es trabajo, pero la pandemia nos ha matado», señala.
Ella ya ha conseguido un empleo. Una sustitución. «Tengo trabajo, solo necesito tiempo porque encontrar una casa una familia gitana, con mi marido con problemas en el pie que estamos de médicos, y yo con un trabajo temporal no es fácil», señala.
Un tiempo que no le dan, de la misma manera que limitaron su programa de inclusión al abandonar una vivienda que no ha recibido ningún mantenimiento a pesar de estar plagada de humedades. Y que vuelve a estar habitada por otra familia en riesgo de exclusión sin el arreglo que se necesita. El objetivo de Lorena, que el 2021 no venga en el albergue y con sus hijos lejos de ella.