El Correo de Burgos

Criar con ciencia, amor y humor

«El contacto con la naturaleza favorece el desarrollo físico, cognitivo y emocional de los niños»

Arantxa Arroyo y Cristina López desgranan en este undécimo capítulo de ‘Criar con ciencia, amor y humor’ la importancia que tiene la naturaleza en la infancia. Las expertas recuerdan que buscar la naturaleza en lo cotidiano-jardines, plantas casera, riberas, etc- es suficiente para aprovechar los beneficios del contacto con 'lo verde'

Un niño juega junto a un río.

Un niño juega junto a un río.ECB

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El estilo de vida actual, especialmente para quienes vivimos en las ciudades, hace que cada vez pasamos menos tiempo al aire libre. Pero tal y como se ha recogido en diversos estudios científicos, el contacto con la naturaleza tiene un sinfín de beneficios, especialmente para los niños, por lo que es importante «fomentarlo desde muy temprana edad».

Ese es el mensaje que Arantxa Arroyo, maestra certificada en Disciplina Positiva y guía Montessori, y Cristina López, licenciada en Física, experta en innovación y autora del blog ‘3 con las maletas a cuestas’, lanzan en este undécimo capítulo de ‘Criar con ciencia, amor y humor’Ambas hacen un recorrido sobre la importancia de mantener un continuo contacto con la naturaleza y los beneficios que aporta y ofrecen algunas propuestas de valor para disfrutarla desde el respeto y en libertad.

«La conexión con la naturaleza no es una moda. Llevamos siete mil millones de años evolucionando como especie en torno a ella. Desde un punto de vista evolutivo y adaptativo forma parte de nuestra historia como ser humano», explica López.

¿Pero qué es la naturaleza? «Cuando nos hablan de naturaleza siempre pensamos en grandes bosques o en montañas pero cuando decimos que es importante tener contacto con ella nos valen las macetas de nuestra casa, el jardín de nuestro barrio, un charco en el que se ha formado barro o los árboles de nuestra calle». Y es que «la clave está en buscar y utilizar la naturaleza en lo cotidiano», puntualiza la maestra.

Precisamente sobre esta cuestión, López recuerda que «vivimos en una ciudad privilegiada».  «Estamos rodeados de naturaleza. Contamos con decenas de espacios verdes dentro de la ciudad con ríos que cruzan, pinares, choperas, etc. Aprovechemos lo que tenemos». Y es que «desde niños tenemos la necesidad de tocar los árboles, de jugar con el agua y con el barro, de mancharnos». Se trata «de un proceso adaptativo».

El contacto con la naturaleza ofrece a los más pequeños de la casa «beneficios físicos, en el movimiento y en el desarrollo. También a nivel emocional y a nivel cognitivo, en los procesos de aprendizaje. Además favorece la atención y la concentración».

«Hay un estudio que ha puesto en evidencia que cuando se está tiempo en contacto aumenta las materias gris y blanca del cerebro, que están relacionadas con las funciones cognitivas vinculadas a la atención y a la concentración», apunta la científica. «Con el contacto con la naturaleza nuestros canales atencionales están más despiertos y se favorece el aprendizaje cognitivo».

Y es que si algo favorece el contacto con la naturaleza es «la observación y la curiosidad» y lo hace «con todo a la mano, sin necesidad de sumar elementos externos porque ya nos lo proporciona todo ella». A este tenor, López añade que «los espacios naturales son los que permiten un mejor equilibrio entre los cinco sentidos básicos que se unen de una manera innata poniendo atención a todo los vemos, olemos, oímos, tocamos...» así como en «la propiocepción y la interocepción».

«Tener una mejor percepción de cómo está mi cuerpo nos hace darnos cuenta de lo que nos rodea y genera canales de aprendizaje», añade la experta. Por eso «es fundamental dejar a los niños experimentar en la naturaleza, con límites en los riesgos pero con libertad».

Para ello, Arroyo propone evaluar el riesgo. «Es lógico que tengamos miedo a que los niños se puedan hacer daño, pero es fundamental que lo aceptemos para cuidar sin limitar el contacto con la naturaleza». A este tenor, la maestra pone como ejemplo «el gesto de unas manos que están pero no sujetan».

«Si un niño o una niña quiere trepar a un árbol como padres podemos poner las manos debajo por si tropieza, pero no sujetarle o subirle. Lo interesante es que lo hagan por si mismos. El riesgo de que caiga está cubierto si estamos cerca con nuestras manos preparadas», explica.

¿Y qué pasa si el niño se cae? «Cuando los riesgos están controlados lo normal es que la caída no tenga consecuencias importantes, pero la mayoría de los pequeños llorarán porque se han hecho daño. Ahí animamos a acoger siempre desde el consuelo y no desde el reproche. Los niños siempre van a querer experimentar con su entorno. Y en este punto, López recuerda que «la necesidad de los peques de interactuar con el entorno está equilibrada por nuestra necesidad de proteger».

Y para eso, la naturaleza es el escenario perfecto para desarrollar «juegos de riesgo, de velocidad, de altura, de equilibrio, etc», apunta Arroyo. Un escenario en el que «además contamos con más medios porque hay muchos sitios a los que subirse, agarrarse, descubrir, etc».

El espacio natural también supone beneficios a nivel emocional y mental. «Un estudio desarrollado por la docente Ellen Beate de la Facultad de Educación Infantil de la Universidad Queen Maud puso de manifiesto los dones que ofrece la naturaleza. Entre ellos la regulación del estrés».

De hecho «la evidencia ha puesto de manifiesto que ni siquiera es necesario tener contacto con una naturaleza real, simplemente el verde de una planta artificial nos calma», especifica la maestra.

Sí a mancharse

Pero jugar en la naturaleza, en los jardines y en parques supone mancharse. «Es algo que muchos padres y madres llevan muy mal», recuerda Arroyo. «Son límites que heredamos porque llevar a un niño manchado siempre se ha relacionado con la dejadez y con que no está bien cuidado», recuerda López. Pero nada más lejos de la realidad. ¿Y qué pasa si lo niños se manchan jugando, experimentando, curioseando? «Absolutamente nada», recuerdan las dos al unísono.

«Los niños tienen que mancharse. Es parte del crecimiento, de su naturaleza curiosa y cero encorsetada», apunta Arroyo al tiempo que recuerda que «el miedo a que se manchen es un miedo al juicio no es un acto de protección». Con manchas o sin ellas, las expertas cierran el capítulo animando a las familias a «intentar que todos los días haya un poquito de ‘verde’ en la vida de los más pequeños».

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