Campeona bajo el agua, aventurera nata
La burgalesa Sara Zorrilla, récord nacional de apnea, gestiona una escuela de instructores en México junto a su pareja. Cada vez que se sumerge, solo piensa «en el aquí y en el ahora»

Sara Zorrilla, récord nacional de apnea certificado por AIDA, durante su última visita a Burgos.
Ballet desde que empezó a tener uso de razón hasta los 16 años. Después, cuando estudiaba Diseño Gráfico y Multimedia en Madrid, le dio por el muay thai. De lunes a sábado, por aquel entonces, Sara Zorrilla ya se había acostumbrado a entrenar cuatro horas al día. Mens sana in corpore sano. No hay mejor cita para definir a esta joven burgalesa que, allá por 2020, jamás hubiese imaginado que se convertiría en campeona de apnea. Y con récord nacional certificado por la Asociación Internacional para el Desarrollo de la Apnea (AIDA, por sus siglas en inglés).
Para llegar hasta el presente, con Sara dirigiendo su propia escuela de apnea en la Riviera Maya, hay que remontarse a principios de 2020. De intercambio en México, ella sola «a la aventura», la pandemia amenazaba con trastocar sus planes. No hubo confinamiento, pero en un abrir y cerrar de ojos se vio de patitas en la calle. «Me quedé sin compañeros de piso y me echaron. Un día, de repente, desperté y estaban sacando todas mis cosas». Cualquiera hubiese hecho las maletas de vuelta a España, pero decidió viajar por el país aprovechando que «los Airbnb (apartamentos turísticos) estaban muy baratos porque parecía que se iba a acabar el mundo».
Algo había leído sobre la apnea, aunque desconocía que fuese un deporte. Tampoco esta al tanto que «se competía y que hay diferentes disciplinas». Hasta que en 2022, acabada la carrera y con la firme idea de asentarse en el país azteca, compró un billete «solo de ida» a Playa del Carmen. Le apetecía conocer sus cenotes previa experiencia, en modo principiante, buceando con tanque.
Fue a través de Instagram como conoció a Pedro Tapia, su actual pareja y poseedor de varios récords continentales de apnea. Le escribió preguntando por algún instructor y él mismo se encargó de su formación. Al principio, Sara quería certificarse para «ver corales y pececitos», pero se acabó picando. De hecho, cuando pasó las navidades en Burgos le confesó a su madre que «estaba enamorada de este deporte».

Sara Zorrilla, durante una de sus espectaculares inmersiones.
Todo un flechazo, sin duda, aunque los comienzos fueron duros. «El curso se me dio muy mal porque soy súper ansiosa, así que me lo tomé como algo personal». Le costó trabajo, «sobre todo a nivel mental», pero al cabo de un tiempo descubrió que «el potencial humano no tiene límites». De paso, se propuso dejar de fumar cuando llegase a los 40 metros y no tardó demasiado en conseguirlo.
Pese a tratarse de un deporte de riesgo, Sara explica que «es mucho más seguro de lo que se piensa en realidad». Obviamente, «impresiona mucho el hecho de estar tanto tiempo aguantando la respiración». Ella, por ejemplo, apenas duró 30 segundos la primera vez. A base de entrenar, y a sabiendas de que «es un proceso muy progresivo» en el que «n o hay que rendirse», actualmente es capaz de permanecer bajo el agua hasta cuatro minutos y medio. «En profundidad», confiesa, «no tienes ganas de respirar porque es una sensación muy placentera».
- ¿En qué piensas cuándo estás ahí abajo?
- En el aquí y en el ahora, todo el tiempo. Es como una meditación en la naturaleza. Sin internet, sin móviles, sin distracciones.
Una «sensación mágica» se apodera de Sara cada vez que se sumerge en las profundidades. El cuerpo habla y, además, «nos permite desarrollar el reflejo de inmersión mamífero». Las pulsaciones bajan «muchísimo» y «toda tu sangre viaja a los órganos vitales para protegerte, tanto de la presión como para ahorrar energía». Realmente, da fe de ello, «es lo más parecido a volar pero debajo del agua».
Trabajo y competición
La escuela AMX que Sara regenta junto a Pedro en Playa del Carmen es el principal soporte para que ambos puedan competir. «Es nuestra única forma de financiación y el trabajo es súper físico y cansado», asegura, sin perder la sonrisa, mientras detalla que «nos diferenciamos del resto porque no solo damos cursos, sino también coaching y entrenamiento de atletas». De sus alumnos, la mayoría turistas y nómadas digitales, destaca el potencial de Stefano. Oriundo de Italia y «uno más de la familia», obtuvo un récord mundial en la categoría Máster para mayores de 50 años.
El récord de Sara, 55 metros sin aletas, fue certificado por AIDA el pasado mes de diciembre en Dominica. Una «isla impresionante» a la que «nunca hubiese ido de no ser por la apnea». Orgullosa, aunque no presuma de ello, reconoce que buscaba «visibilidad» para la escuela, ya que «cuando salimos a competir dejamos de trabajar y tenemos que pagar el vuelo, el alojamiento y los entrenamientos fuera de casa».
La última victoria de esta intrépida deportista burgalesa se produjo el pasado mes de junio en la Azul Freediving Challenge de México. Pedro, por su parte, dejó el pabellón bien alto tras marcarse un récord continental de 86 metros. Pese a ello, la escasez de patrocinadores obliga a redoblar esfuerzos tanto dentro como fuera de la escuela. Y Sara, que no se rinde fácilmente, se muestra dispuesta a seguir batiendo sus mejores marcas. Su tope, por ahora, se sitúa en 60 metros dentro de la modalidad de inmersión libre.