El Correo de Burgos

Carlos Armiño pasa a la naturaleza por el tórculo

El creador del Valle de Valdivielso festeja su producción gráfica en el Monasterio de San Juan

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

Hablar de Carlos Armiño en la ciudad es hacerlo del escultor. Era, porque desde ayer demuestra que su campo de acción va más allá. El artista del Valle de Valdivielso descubre su producción de obra gráfica, una colección de grabados que había expuesto tímidamente en anteriores ocasiones, pero como meros comparsas de compañía. Las tornas cambian y ahora es esta disciplina la que se pasea como una auténtica señora por el claustro del Monasterio de San Juan y es la escultura la que se pone a su servicio. Aunque solo sea hasta el 30 de octubre (de martes a sábado de 11 a 14 y de 17 a 21 horas y domingos de 11 a 14 horas).

«Ya hace años había metido algún grabado, pero la gente no se lo acababa de tomar en serio y ahora tendrán que hacerlo», comenta el autor minutos antes de cortar una cinta imaginaria e inaugurar esta exposición en compañía de colegas como Gerardo Ibáñez, Humberto Abad, Ana Condado o Javier Álvarez Cobb.

Pero hay cosas que no cambian y la naturaleza continúa siendo la principal aliada del escultor. También en el grabado. «La naturaleza es una constante en todo el mundo. Todos somos pura naturaleza y yo lo hago notar», afirma y es que los fondos de los grabados están realizados con plantas recogidas de las veredas, de los caminos. Ha utilizado más de cien tipos y, asegura, que aquellos que entiendan de botánica las distinguirán.

En algunos grabados abandonan el fondo y pasan a un primer plano. En otros comparten focos con una obra más geométrica, más cercana a las piezas más conocidas de este autor que salió a la palestra hace una década, cuando el paseo de la Sierra de Atapuerca se convirtió en el hogar de su producción escultórica, con polémica incluida.

¿Se encontrará el espectador alguna otra temática? «La naturaleza lo tiene todo. Te podría decir el misterio, pero es que ella cuando es fuerte ya tiene la suficiente dosis de magia. ¡Es tan poderosa la fuerza de un árbol!», responde y reconoce que hasta el abanico cromático utilizado bebe del campo con ocres, colores tierra, amarillos y algún azul.

Observa el creador que él no es ningún purista del grabado y que estas obras están realizadas con un tórculo casero, que le construyó un primo suyo, herrero, y que las planchas las hace él de resina.

Carlos Armiño regresa a la capital burgalesa y no lo hace con las manos vacías. Se camela a sus habitantes en dos de sus grabados, en los que homenajea a la Catedral, y con una serie de sillas ubicadas estratégicamente para que puedan observar estas piezas con reposo, sin prisa, y fijarse en las huellas dejadas en un camino brillante por el rocío de la mañana, en los girasoles que saludan a la luna, en las diminutas hojas que se reclinan ante las grandes, en las cortezas rugosas...

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