El Correo de Burgos

PATRIMONIO

El Museo del Retablo compite por dejar de ser estival

Álvarez Quevedo cree que los cerca de 1.000 visitantes de julio alimentan la esperanza de abrirlo todo el año

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

El Museo del Retablo vive sus particulares juegos olímpicos. Su carrera es de fondo. Compite por dejar de ser un atractivo estacional y abrir sus puertas todo el año. Y, de momento, la disputa no le va nada mal. El delegado diocesano de Patrimonio, Juan Álvarez Quevedo, calcula que alrededor de 1.000 personas han cruzado sus puertas durante el mes de julio. Un dato para la esperanza.

«Son cifras que invitan a pensar en la posibilidad de mantener ese museo abierto todo el año. No son las de la Catedral ni las de Silos, pero es un espacio que el turista puede visitar por un poco más de esfuerzo económico (la entrada cuesta 2 euros, 1 euro para niños, estudiantes y jubilados)», comenta el responsable. Espera engordar estos números en agosto, mes turístico por excelencia, y afronta este goteo de visitantes como la prueba que obliga a «buscar medios, como estamos haciendo, para que pueda abrir durante todo el año».

Están trabajando en ello, pero de momento no hay novedad sobre las negociaciones con una entidad público-privada, cuya identidad guarda como si fuera un secreto de confesión, para el mecenazgo de este proyecto, que podría conformarse con abrir solo los fines de semana el resto del año.

«Nosotros vamos a tocar en una puerta y, por lo tanto, es mejor ir apoyados por unos datos que nos avalan», apostilla.

Hasta que ese misterioso patrocinador se quite la máscara, el Museo del Retablo saboreará la alegría de la visitas exclusivamente en verano. Lo hace desde hace unos años gracias al convenio de apertura de templos del Camino de Santiago entre la Diócesis y Sotur (Sociedad de Promoción de Turismo de Castilla y León). Comenzaron el 4 de julio y durarán hasta el 15 de septiembre (de lunes a sábado de 11 a 14 y de 17 a 20 horas).

Y mientras avanza hacia esta meta, los visitantes siguen adentrándose con curiosidad en la iglesia de San Esteban por una de sus puertas laterales. Dos becarios los atienden. La crisis aprieta. El humilde folleto a color de antaño ahora es una fotocopia en blanco y negro. Un mapa guía el recorrido entre la nave central, la del Evangelio y la de la Epístola. Retablos procedentes de distintos pueblos de la provincia se exhiben lustrosos tras haber pasado por el Taller de Restauración de la Diócesis.

El paseo entre las piedras góticas y la madera policromada de estas piezas con misión catequista que las salpican es casi en soledad un jueves por la mañana. Los turistas llegan a cuentagotas. Solo un bastidor aparece desnudo. Es el de Santa Eulalia de Mérida de Tañabueyes que, hace unos meses, se convirtió en centro de la polémica entre la Diócesis y los vecinos de este pueblo, indignados por su traslado a la iglesia de San Martín de Porres de la capital.

El retablo de San Esteban de finales del siglo XVIII y principios del XIX preside la iglesia. Antes de llegar a sus pies, otros puntos atraen la mirada. El paseíllo lo enmarcan retablos de San Juan Bautista y de Santa Catalina de Carrias, ambos del taller de Antonio de Elejalde; el anónimo de San Joaquín y Santa Ana que ocupó la iglesia de Villamorón; el de San Julián de Bárcena de Bureba, que recoge al santo a punto de ser decapitado; y el de Santa Eulalia de Arconada de Bureba. Todos de los siglos XVI y XVII.

El retablo de la Virgen encabeza la nave del Evangelio. El camino hacia esta pieza del XVIII queda arropado por otras del Renacimiento y del Barroco que un día animaron los rezos en Villanueva del Grillo, Huidobro, Cortiguera, Pesquera de Ebro y Padrones de Bureba.

Se completa la ruta en la Epístola, Cristo crucificado al frente, donde se exhiben obras de Castrillo Matajudíos y varios de la misma San Esteban.

No solo de retablos vive este museo. Los sepulcros del propio templo se suman a sus atractivos. En las cartelas informativas destaca el nombre de Juan de Vallejo. El artista es el autor, junto a Pedro de Castañeda, del enterramiento del mercader Juan García de Castro y su mujer María Díaz de Carrión. Menos relumbrón gastan el de los mercaderes Arlanzón y el de Martín Ochoa de Arteaga, tesorero de Vizcaya con los Reyes Católicos, ambos de autor anónimo, o el de los Gumiel, en la nave central, del siglo XVI, donde destaca la pintura de la última Cena.

Una escalera de caracol, de pétreos peldaños desgastados, guía los pasos hasta el coro. Sección de orfebrería.

Los destellos de custodias, cálices, píxides y cruces procesionales (San Adrián de Juarros, Rublacedo de Abajo, Villamorón, Villanueva de Carazo, Arroyo de Muñó...) compiten con los rayos de luz que entran por el rosetón. Algunas vitrinas aparecen desnudas. Viajan estos días a sus parroquias de origen para lucir en las fiestas. Un destino más artístico tiene la Cruz visigótica de Villarobe, del siglo X-XI, que participa en Las Edades del Hombre de Oña. Son las pequeñas vacaciones de los habitantes de un museo, por ahora, solo de veraneo.

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