El Correo de Burgos

Exposición

La belleza desapercibida

La burgalesa Mariángel González regresa a las salas con ‘Reflejos transitorios’, una colección de pinturas que se regodean en el paso del tiempo a través de la huella que deja en los suelos

Mariángel González, junto a una pintura que se recrea en el paso del tiempo desde una mirada política y, sin pretenderlo, muy actual.-Raúl Ochoa

Mariángel González, junto a una pintura que se recrea en el paso del tiempo desde una mirada política y, sin pretenderlo, muy actual.-Raúl Ochoa

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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Baldosas desencajadas, una colilla amarilla, chanclas bañadas por la espuma del mar en la playa, piernas jóvenes, ágiles y con tacón frente a un caminar lento y apoyado por el bastón, flores marchitas, un periódico doblado sobre un suelo ajedrezado, una manzana mordida... No está hecha la mirada para detenerse en los suelos, para regodearse en los mensajes que escriben las huellas al caminar o para escuchar las historias dejadas atrás, y, sin embargo, la burgalesa Mariángel González los convierte en protagonistas de su lienzo y de Reflejos transitorios, la exposición que ocupa el Consulado del Mar hasta mañana (de 19 a 21 horas).

«Un día descubrí que el sitio donde pisamos, la estela que vamos dejando, me aporta muchos mensajes para llevar a un cuadro. Hay mucha belleza allí aunque no nos lo parezca, una belleza efímera, que en mis obras marca siempre la presencia de un reloj», comenta la pintora que a través de los objetos recogidos en estas pinturas también se acerca a la actualidad. La lata de cocacola arrugada como símbolo del ritmo de vida trepidante, el periódico junto a un titular en el que el PSOE pierde la O de obrero como llamada de atención a lo que ella traduce como un abandono de este sentimiento en el partido liderado ahora por Pedro Sánchez...

El tictac del reloj también marca el inexorable paso del tiempo para las personas. Más dulce: un cuerpo desnudo entre las sábanas. Más cruel: el viejo psiquiátrico derruido. Más resignado: díptico con el caminar ágil de una persona joven tornado en cansado cincuenta años después.

«Mi obra es muy simbólica y muy abierta a la interpretación del espectador en función de sus propias experiencias», observa González que imprime una pátina de nostalgia a estos reflejos transitorios que son historias rescatadas del olvido, relatos de un mundo perdido o abandonado, testigos de una belleza fugaz...

Mariángel González regresa con esta muestra a las salas de su ciudad -en 2007 estuvo en la Biblioteca Miguel de Cervantes y también colgó sus cuadros en la cafetería Alonso-. Aquí estudió Restauración, fue discípula de Florentino Lomillo, abrió una academia de arte, Ethos, en la calle Santa Águeda y se fue a la villa y corte para ampliar sus estudios. En Madrid ha pasado las dos últimas décadas y hace un año volvió a su tierra natal. En Quintanapalla, donde tiene su pequeño estudio, sigue persiguiendo al tiempo. A su paso.

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