El Correo de Burgos

CINE / Entrevista a Sergio Molina, hijo de Paul Naschy

«El cine fantástico era su vida»

Desde hace veinte años trabaja en la producción audiovisual, un mundo que conoce desde muy pequeño. Pero además, junto a su familia, acompaña a la obra cinematográfica de su padre por todo el planeta. Recientemente, festivales de San Sebastián y Tenerife han homenajeado a Jacinto Molina.

Sergio Molina y su padre, Paul Naschy, en 2008. FAMILIA MOLINA PRIMAVERA

Sergio Molina y su padre, Paul Naschy, en 2008. FAMILIA MOLINA PRIMAVERA

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Desde el fallecimiento de Paul Naschy en 2009, su esposa Elvira Primavera y sus hijos Bruno y Sergio se han convertido en los guardianes de un impresionante legado artístico. Películas, guiones no rodados, ilustraciones, atrezo, todo tipo de material fílmico... Y, sobre todo, recuerdos. Hablamos de todo ello con Sergio Molina, hijo de Paul Naschy.Pregunta.– ¿Cómo recordaba su padre su infancia en Burgos?

Respuesta.– Burgos tuvo mucha importancia en su vida. Mientras mi abuelo Enrique estaba en el frente, mi abuela y mi padre pasaron la Guerra Civil en Mazcuerras, un pueblecito de Cantabria. Al acabar la guerra se instalaron en Burgos, donde mi abuelo montó una peletería, concretamente en Castañares. Gran parte del imaginario gótico y medieval que luego desprende su cine se forjó en aquellos paseos de niño por la ciudad. La Catedral, la Cartuja, las Huelgas y otros lugares monumentales le marcaron mucho.P.– ¿Cómo era vivir en familia junto a una persona tan apasionada por su profesión como Jacinto Molina?

R.– Mi padre era una persona muy normal, entrañable y cercano. Y para su trabajo era una ‘fuerza de la naturaleza’ que nunca se rendía. Se creía el cine y amaba el fantástico por encima de todo. Siempre estaba cavilando nuevas historias y proyectos, ¡no paraba nunca!P.– A raíz de esto, ¿cuántos guiones puede haber en el cajón de historias inéditas de Jacinto Molina, todas creadas en su casa de la calle Alberto Aguilera de Madrid?

R.– Cierto, salvo el guión de La marca del hombre lobo, que ideó en casa de mis abuelos, todos los escribió en el despacho de nuestra casa familiar. Entre argumentos y guiones acabados puede haber cerca de 500. Y sólo produjo 50, así que hay unos 450 durmiendo el sueño de los justos. ¡Y todos escritos con pluma y en folios Galgo! Era muy maniático para estas cosas (risas).P.– Hablando de escribir, en 1997 Paul Naschy publicó una autobiografía, Memorias de un hombre lobo (Alberto Santos Editor). Además de una vida increíble y su gran pasión por el cine, en muchas partes del libro se advierte desilusión, indignación y hasta algún ajuste de cuentas. ¿En qué momento de su vida se encontraba cuando las redactó?

R.– Hay que hacerse a la idea estuvo muchísimos años sin trabajar, fue una etapa muy dura. En la última época de su vida empezaron los reconocimientos y volvió al cine, pero pienso que a mi padre le robaron los mejores años creativos de su carrera. Es comprensible que en esa situación estuviera enfadado con el mundo. Se puede ver este estado emocional en su película El caminante... Su trabajo era su vida, y no poder llevarlo a cabo le supuso dos depresiones e incluso marcharse a Japón, donde realizó dos largometrajes y otros trabajos. El más conocido es La bestia y la espada mágica (1983), una de las mejores aventuras de Waldemar Daninsky, el hombre lobo.P.– ¿A qué película de su filmografía tenía Jacinto Molina un cariño especial, además de las que señalamos en el pie de estas páginas?

R.– A él le gustaban mucho dos de sus inicios como actor: La marca del hombre lobo (Enrique L. Eguiluz, 1968) por ser la primera que protagonizó, y El jorobado de la morgue (Javier Aguirre, 1972), que le hizo ganar el premio de interpretación Georges Méliès en el festival de París. Pero mi padre, que tenía sus preferidas, defendía todas porque eran como sus hijos. Aunque de puertas para adentro era muy autocrítico y nada conformista. Por ejemplo, a pesar del gran éxito que fue La noche de Walpurgis (León Klimovsky, 1971), mi padre no quedó contento con ella. Por eso, años después dirigió su propia versión de la historia: El retorno del hombre lobo (1980).P.– Usted trabajó como actor infantil bajo su dirección. ¿Cómo recuerda aquellas experiencias a principios de los 80?

R.– Con mucha simpatía. Me gustaba ver trabajar a mi padre en los rodajes. Además tuve la suerte actuar con grandes intérpretes.P.– Sin ir más lejos, en El aullido del diablo (1988) compartió plano con dos mitos del género: Howard Vernon y Caroline Munro. Casi nada.

R.– Sí, fue todo un lujo. Howard ya estaba bastante enfermo, pero se comportó muy profesionalmente. Y con Caroline Munro sigo manteniendo una buena relación. Ella guarda un gran recuerdo de mi padre, a pesar de que el rodaje de esa película fue muy complicado.P.– Paul Naschy hizo muchas películas fuera del género fantástico que no son muy reconocidas ya que el éxito de unas tapó las otras. ¿Qué pensaba su padre de ello?

R.– A él lo que más le gustaba era el cine fantástico y de terror. Pero, claro, también hizo muchas películas de otros géneros, muy interesantes y valientes que hay que reivindicar.P.– Con algunas tuvo problemas.

R.– Sí, y muy graves. Especialmente con Comando Txiquia (1977) y El francotirador (1977). Llamaban a casa amenazándole, diciéndole que sabían dónde vivía y a qué colegio iban sus hijos... Mi madre, mi hermano Bruno y yo nos fuimos un tiempo al extranjero mientras que mi padre se quedó trabajando en Madrid.P.– Seguro que su padre estaría muy orgulloso si hubiera podido verle ahora como director del Nocturna, el Festival de Cine Fantástico de Madrid.

R.– Es parte de su legado. Antes de fallecer me pidió que mantuviera viva la llama del cine que amaba. Y de su recuerdo, añado yo. De hecho, el premio a la mejor película lleva su nombre. En verdad, fue su gran inspirador.

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