El Correo de Burgos

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HA PASADO en el París de las grandes avenidas de Haussmann, pero pudo ser en cualquiera de nuestras ciudades. Es el lenguaje de los mundos que no se entienden cuando el traductor del miedo se bloquea. Medio mundo olvida al otro medio. No es la antesala de la reconquista musulmana ni su regreso después de siglos y mucho menos, la tercera guerra mundial. Son unos cientos de locos suicidas que se proclaman como designados por la mano divina que apunta contra Occidente. Pero en esto todos tenemos parte de culpa al no querer ver lo que está pasando en las fronteras del hambre. Se asoman por encima de los espinos y nos ven tan demócratas como indefensos. Los últimos años han adormecido al guardián del mundo con el negro Obama que ha bajado la guardia, soslayando el rencor y el veneno del estado islámico que de tanto cruce de razas, es ya un desconocido impredecible. Quienes se inmolan con cinturones de dinamita son cachorros nacidos en los mismos países que ahora lloran. Jóvenes franceses, belgas, ingleses, italianos o alemanes que caen en las redes de la sinrazón que les recompensa con el sentido a sus vidas. Se sienten protagonistas de un nuevo modelo de equilibrio donde la guerra ya no se hace a campo abierto, sino en las discotecas, el metro o cualquier aeropuerto. Quizás no estamos preparados para entender que entramos en una guerra que se confunde con el terrorismo. Nuestra hipocresía ha puesto habitualmente el nombre de terrorista a quien mata hasta cien. A partir de este número, son guerreros. Una guerra de guerrillas urbanas que puede sumar millares de víctimas a base de cientos. Ojo con esto. Siempre nos ha parecido que las guerras eran de los otros, como el hambre y el frío. Siempre han sonado lejos las bombas y el olor a penicilina en las tiendas de campaña improvisadas. Pero 132 muertos en pocas horas al otro lado de los pirineos, hace pensar que puede repetirse en cualquiera de los lugares que pisamos a diario. Es miedo es libre y de él al pánico hay solo un paso. Esta no es una de moros y cristianos, ni caballeros o cruzados ni infieles. Pasó a la historia. Estamos en otra dimensión donde las fronteras abiertas a todos, son símbolo de libertad y cautiverio al mismo tiempo. De poco sirve cerrarlas, ya no hay tiempo. La universalidad de razas construye mezquitas que se apoyan en muros medianeros de nuestras iglesias. No es cuestión de precintarlas. Es tarde para ello. La igualdad puede ser muy peligrosa. La legalidad, insuficiente para asegurar la convivencia. La fraternidad, es cosa francesa.

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