El Correo de Burgos

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POR MÁS QUE los portavoces institucionales se empeñen en insistir en que los dos grandes partidos cuentan una política energética racional, lo cierto es que el cierre de la central nuclear de Santa María de Garoña fue, sobre todo, una decisión dictada por intereses políticos, que coincideron con los de las energéticas, que no contó con el respaldo del tejido empresarial burgalés y que fue oportunamente rentabilizada por el Gobierno socialista. Fue un cierre anunciado tantas veces por unos y otros, con promesas de reapertura por parte del Partido Popular y amagos de desmantelamiento desde el PSOE, que al final resultó imposible saber quién la condenó en realidad. Pero lo más revelador fue que Nuclenor —la empresa propietaria— prefirió retirarse antes que asumir las inversiones necesarias para alargar la vida útil de la central. Cumplido su propósito, dejó que el Ejecutivo de Pedro Sánchez se colgara la medalla. Y lo hizo encantado, claro, sin importar demasiado el coste para la comarca ni las consecuencias de fondo. El PP, por su parte, tuvo que tragarse las palabras de Mariano Rajoy pronunciadas a pie de central: «Garoña no se cierra». Supongo que el mensaje les llegó con claridad. Hoy la historia se repite, pero esta vez en Extremadura. La central de Almaraz, una de las infraestructuras que más energía limpia y asequible produce para el centro peninsular, también tiene fecha de caducidad. El Gobierno ha iniciado su apagado programado sin valorar —o sin querer valorar— las consecuencias económicas y sociales que esto acarreará. Y lo hace nuevamente por razones ideológicas, al servicio de un ecologismo más dogmático que técnico.

Mientras tanto, en Europa, incluso los países más verdes empiezan a rehabilitar la imagen de la energía nuclear. Alemania rectifica su modelo a marchas forzadas tras comprobar los efectos del cierre de sus reactores. Francia y Finlandia avanzan en nuevos proyectos nucleares y la propia Comisión Europea ha admitido la necesidad de esta fuente para cumplir los objetivos de descarbonización. La energía nuclear ya no es el enemigo, sino una herramienta.

Pero aquí seguimos atados a clichés. El Gobierno se aferra a un relato cómodo que le permite alinear su discurso con ciertos sectores, aunque eso suponga dejar tiradas a comarcas enteras y prescindir de tecnologías estratégicas. Burgos lo vivió en carne propia y ahora el turno es para Extremadura.

Garoña fue el primer aviso, y no ha servido de escarmiento. Se impuso el relato frente a la realidad, y todo indica que con Almaraz pasará lo mismo. Y cuando llegue el siguiente invierno difícil, volverán las apelaciones a la transición energética justa. Palabras bonitas, mientras las luces se apagan.

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