El Correo de Burgos

Salud Mental en adolescentes y jóvenes

“Cocaína, robos e intentos de suicidio. Así ha sido mi vida entre los 14 y los 18 años en Aranda”

Su vida cambió cuando un juez le obligó a ir al psicólogo. “Fue mi salvación”

María lleva un año y medio en el programa juvenil de Salud Mental

María lleva un año y medio en el programa juvenil de Salud MentalLoreto Velázquez

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Aranda

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De los 14 a los 18 años María ha vivido en Aranda de Duero un auténtico calvario. Comenzó a los doce a tontear con las drogas y terminó vendiéndolas y robando para poder comprar. Una depresión mal gestionada le llevó a una veintena de intentos de suicidio y tras varios encontronazos con la Justicia y varios internamientos forzados en la unidad de psiquiatría de Burgos, un juez le cambió la vida. “Gracias a una propuesta que hizo la técnica del CEAS, Carlota, me cambió los servicios sociales por la obligación de ir a un psicólogo, y solo puedo dar las gracias porque si no es por eso hoy estaría muerta”, afirma esta joven que todavía no ha cumplido los 19 años.

No siempre fue así. “Hasta los doce era una buena estudiante, es verdad que las cosas en casa no iban bien, pero de repente empecé a tener problemas en el colegio, con mis amigos… dejé todo mi entorno y comencé a salir con gente mayor, de unos 28 años, y ahí empecé con las drogas, primero con marihuana y luego ya con cocaína”, relata.

A los 14 años fumaba marihuana a diario, primero 5 euros al día, “que es un gramo” y luego acabó con 200 gramos a la semana. “De ahí salté a la cocaína. Al final me drogaba de lunes a lunes”.

A los 16 decidió irse de casa y se fue a vivir con varios de sus amigos mayores a una vivienda ocupada de Valladolid. “Estábamos todo el día de fiesta y preparándola, con robos o vendiendo droga”, asegura consciente de que a la hora de vender, “las redes sociales son una buena herramienta”. “Con poner un emoticono la gente ya sabe y luego el boca-boca funciona muy bien”.

La Policía nunca la pilló. “Alguna vez me han parado e iba hasta arriba de bolsitas pero no me pillaron, solo me multaron una vez con un resto de una ramita”.

Cuando los propietarios cortaron la luz de la casa que ocupaban, María volvió a casa. En Aranda conoció a un chico que estaba a punto de entrar en prisión y que se salvó por un programa de reinserción de drogas. “Decidí dejarlas por él, pero luego rompimos y entré en depresión. Engordé como 20 kilos y ahí empezaron primero los cortes superficiales y luego los intentos autolíticos”.

"Me sentía más libre encerrada que en la calle"

En una de las ocasiones fue ingresada en contra de su voluntad en la Unidad de Psiquiatría de Burgos. “Allí era muy raro. No quería estar y no me gustaba el trato pero me sentía más libre encerrada que en la calle. La vida real me superaba”.

Las pastillas que le recetaba el psiquiatra le generaron dependencia porque al llevarse mal con su madre era ella las que las guardaba y auto-suministraba. “Me intenté suicidar muchas veces pero por suerte mi novio llamaba siempre a la ambulancia y en el hospital me hacían un lavado de estómago”.

En casa, admite, vivir con ella era un martirio. “Tenía muchos ataques de ansiedad y me volví violenta. Creo que reventé la puerta 80 veces”, relata.

Su vida cambió radicalmente en mayo de 2023 gracias a Carlota, una de las técnicas del centro municipal CEAS. “Me ayudó muchísimo. Aunque no iba a clase ni al médico nunca faltaba a una cita con Carlota. De hecho ella fue la que me defendió ante el juez, en uno de los casos por robo, y le propuso cambiar la condena de 'horas a la comunidad' por la obligación de ir al psicólogo”.

"He encontrado por fin mi sitio"

Y así empezó con el programa infantil de Salud Mental Aranda que coordina la psicóloga Blanca Cuesta. Ante la negativa de la Junta de Castilla y León de abrir una unidad en Aranda, "por falta de medios", es el único centro especializado en niños y adolescentes de Aranda. “Blanca es la única persona a la que le cuento todo. Fue algo mágico. Empecé a cambiar el chip; me apunté al gimnasio porque yo siempre había hecho deporte y poco a poco deje de odiar a todo el mundo. Encontré trabajo, he vuelto a estudiar y me he dado cuenta que hay gente que merece la pena, como mi jefe. Siempre se lo digo: con él recuperé la fe en el ser humano. Si hoy me ofrecieran otro trabajo en el que me pagasen el triple no cambiaría. He encontrado por fin mi sitio”.

María reescribe hoy su historia con la esperanza de mostrar el camino a muchos jóvenes que por razones diferentes no encuentran su sitio y se han perdido en las malas compañías y las drogas. ¿Un consejo? “Que aunque no encuentren la ayuda que necesiten no pierdan la esperanza, que la sigan buscando y que se apoyen en lo que pueda salvarles. En mi caso fue el deporte. Hay que buscar una vía de escape a tu felicidad”, termina.

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