El Correo de Burgos

Dia de Todos los Santos

Miles de burgaleses cumplen con la tradición del Día de Todos los Santos

Nadie quiere dejar solo a los familiares que descansan en el Cementerio de San José. Unos tiran de visita rápida, otros llevan silla para acompañar durante toda la jornada. La amenaza de lluvia, que respetó la mañana, y viento no desanimó la visita.

A pesar del frio muchos, algunos con pequeños para mantener la tradición, cumplieron con la visita a los que ya no están pero no se les olvida.

A pesar del frio muchos, algunos con pequeños para mantener la tradición, cumplieron con la visita a los que ya no están pero no se les olvida.OSCAR CORCUERA

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Burgos

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El Día de Todos los Santos volvió a generar ríos de burgaleses dispuestos a mantener vivos en la memoria a quienes se fueron. El recuerdo o la atazagorafobia, el miedo a ser olvidado o a olvidar a los familiares, tira de una de las costumbres más arraigadas. La visita familiar, o en solitario, de los que ya no están al Cementerio ha superado previsiones de viento, que hubo, y lluvia, que respetó la mañana, y que traía consigo la borrasca Ciarián.

Flores y más flores. Visitas cortas, la mayoría, a pesar de las dificultades en muchos casos, y con la emoción a flor de piel entre quienes la despedida ha sido demasiado reciente. 

La afluencia, según cuentan desde Policía Local, ha sido constante desde que se montó el dispositivo el pasado lunes con la participación de hasta 16 agentes, ocho en turno de mañana y ocho de tarde. Durante estos días han puesto en marcha un dispositivo de acceso en coche y aparcamiento. Las quejas entre los usuarios se repetían. «¿No es posible adecentar un poco esta parcela? Se usa de aparcamiento y todos los años igual, es que te tropiezas», explicaban algunos que pedían un arreglo de ese espacio para el próximo año.

El goteo de personas en el Día de los Santos fue tranquila en las primeras horas aunque a partir de las 12 el acceso en coche y el aparcamiento se iba complicado. Al mediodía se concentraban los accesos. Algunos, muchos vecinos de Fuentecillas y San Pedro de la Fuente, optaban por acercarse andando. Otros aprovechaban el acceso al camino paralelo de la Avenida Cajacirculo para estacionar. Los más precavidos ya dejaron el coche en Francisco Salinas para acceder al cementerio de San José andando. Otros muchos hicieron uso del autobús urbano.

Para muchas familias el 1 de noviembre está marcado en el calendario. Se juntan en un día como hoy para recordar a padres y abuelos. Se comparten gastos de flores. Generalmente una visita conjunta. Otros lo hacen en solitario. Una mujer parece recordar media vida frente a la tumba de su esposo. Dos patios más atrás un hombre frente a la de su mujer prefiere vivir en soledad ese recuerdo de momentos compartidos. Son escenas habituales en estos días. 

Jóvenes acompañados por las abuelas que son las que apuran el paso. Para llegar a tiempo. De fondo el sonido de canto gregoriano y el altar improvisado en el pasillo central, entre los patios de Don Pío y San Valeriano. A las 12 arranca la misa del Día de Todos los Santos oficiada por el arzobispo de Burgos, Mario Iceta. Un centenar de fieles, entre ellos los concejales Carlos Niño y Carolina Álvarez, están pertrechados en sus asientos. 

Los operarios del Cementerio de San José tienen otras tantas que, una vez que ya ha arrancado la eucaristía, solicitan los propios vecinos. Hasta 200 sillas están dispuestas para la demanda. «Al final nos quedaremos cortos», explica uno de los operarios. Reconocen que «desde hace diez días lleva viniendo mucha gente, más desde la semana pasada para limpiar sepulturas, colocar sus flores... Pero hoy parece que hay menos gente, el tiempo no acompaña», explica.

En la misa el arzobispo remarca el sentido religioso de la festividad y el sentido de la muerte como el paso el proceso final del camino «para lograr la plenitud del amor para siempre». Explicó que «nuestros hermanos difuntos q reposan aquí nos dicen que es la victoria de nuestro Dios, aunque la muerte tenga apariencia de derrota no lo es. A partir de ahí nace la vida y la resurrección».

El cementerio es lugar de contrastes. Como los de la vida. Al final del pasillo central, antes de llegar al monumento de Félix Rodríguez de la Fuente, a la izquierda la zona que el año pasado se inauguró en memoria de los represaliados del franquismo enterrados en una fosa común del cementerio. Pequeños ramos. La visita de algunos descendientes en solitario. A la derecha el monumento en homenaje a los soldados caídos desde 1923 al 2000. No hay personas pero si el ruido de una llama que no se apaga, flores de color amarillo y crespones con la bandera de España llaman la atención.

Un poco antes, la zona de nichos de ceniza que recibe el nombre de Nuestra Señora del Pilar y que está equipado con una escalera, necesaria para acceder a los nichos más altos. Sencillos ramos son los que pueden dedicar. Un homenaje pequeño en la forma pero profundo en el sentimiento. 

Algunos visitantes aprovechan la carpa de la floristería de la funeraria Albia para adquirir los últimos centros o ramos. «Sí que hay quien aprovecha para comprar, pero ha estado muy bien en ventas desde hace unos días», explica una de las dependientas. Centros, lo que más se vende.

Alguno deposita flores en la tumba de Félix Rodríguez de la Fuente. Lugar muy reconocible del cementerio de San José que sirve de referencias para los más despistados. Las callejuelas entre patios han dejado de ser números, pero con los nombres de Santos, los visitantes esporádicos siguen perdiéndose.

Otros tienen el lugar fijo. Tanto que llegan con silla y manta para pasar el día. «Tres años y medio hace que se fue, para mí como si hubiera sido ayer, vengo todas las tardes», explica una viuda. Hoy le acompaña toda la familia en ese homenaje a los que ya se fueron. «Nosotros acompañamos, no podemos no venir y no estar, es como olvidarle», dice uno de los familiares que la acompañan. Aseguran sentir cierta lástima por las tumbas sin visita ni flores. En frente dos. «Me da mucha pena, así vacías, les traigo flores que al menos algo les acompaña», señala quien cada tarde se acerca a hablar con su marido. «Le reconforta» dicen sus hijos.

Frente a esas estancias largas, día tras día, para no olvidar. Aquellas tumbas vacías, muchas de los años 60. Otras aún más antiguas. A penas se divisa el año del fallecimiento de un joven, 35 años, en los primeros años del siglo XX. Las letras grabadas por sus familiares hace décadas, casi borradas por el paso del tiempo. Sin familia alrededor. Sin flores. Sin nadie que recuerden lo quienes fueron en otro tiempo. Ese que no perdona cuando las décadas se amontonan y las familias se dispersan o desaparecen. 

Hay quien ha dejado el mensaje para cuando llegue el momento del olvido, ese miedo al que ya han puesto nombre (atazagorafobia) y que según muchos dicen, cuando dejan de recordarte es cuando uno se muere del todo. Hay previsores que ya lo dejaron dicho en su momento. En una lápida de Burgos se puede leer en homenaje de unos hijos a una madre ‘Yo te quiero con el alma, porque el alma nunca muere’.

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